LA VERDAD DEL MITO "CHE GUEVARA" - PARTE 1
Martes, 04 octubre 2005
Frente a un lujoso
restaurante de la ciudad veo estacionada una lujuriosa camioneta de
sopotocientos chinchorrollones de bolívares.
Nada asombroso en un país
capitalista, y quizá anhelo de muchos esforzados emprendedores, pero lo que me
llamó poderosamente la atención por constituir una evidencia de disonancia
cognoscitiva, o estupidez chacumbélica, fue que en la parte trasera tenía
primorosamente estampada a mano alzada, impresa definitivamente en la
carrocería, una fotografía del Che Guevara.
La carcajada me duró una semana. Se
trata, indudablemente, de un nuevo rico de la nomenclatura boliburguesa aferrado
a sus viejos y húmedos sueños adolescentes estampados en la más regia evidencia
de las posibilidades capitalistas que su ídolo despreciaba. Pero también he
visto por televisión la imagen de apoltronados jerarcas del régimen de
homosexualidad confesa, luciendo franelas con la imagen del Che, ignoran o se
ven obligados a asumir y portar el rostro de quien fue reconocido como un feroz
exterminador de homosexuales en Cuba, al igual que Fidel cuya más conocida
actitud con ellos fue embarcarlos a punta de pistola para Miami cuando el éxodo
de Mariel.
“Che Guevara, la máquina de matar”, por Álvaro Vargas Llosa Al propósito del
personaje, encuentro en Internet, otra herramienta del capitalismo que Fidel
combate en Cuba, un excelente trabajo sobre este siniestro personaje que la
maquinaria publicitaria del capitalismo ha convertido en icono de rebeldía,
escrito por Álvaro Vargas Llosa, y publicado por el diario El País, de España,
que es imperativo reproducir para contribuir a la difusión de la historia
verdadera de este desentrañado criminal: “Che Guevara, quien tanto hizo por
destruir el capitalismo, es hoy una marca quintaesencial del capitalismo.
Su
imagen es adorno de tazas, mecheros, llaveros, carteras, gorras, pantalones
vaqueros, sobres de infusiones y, por supuesto, esas omnipresentes camisetas con
la fotografía tomada por Alberto Korda: el galán del socialismo, con gorra, en
los primeros años de la revolución, pasando casualmente por delante del visor
del fotógrafo y quedando fijado en la imagen que, treinta años después de su
muerte, sigue siendo el logo del chic revolucionario.
Los productos Che son
comercializados tanto por grandes corporaciones como por pequeños negocios, como
la Burlington Coat Factory, que sacó un anuncio de televisión en el que un
muchacho con pantalones militares llevaba una camiseta del Che. Los
revolucionarios también se apuntan a este frenesí de la mercadotecnia: desde The
Che Store, que cubre “todas tus necesidades revolucionarias” por Internet, hasta
el escritor italiano Gianni Miná, que vendió a Robert Redford los derechos
cinematográficos del diario que escribió el Che en su viaje por Suramérica en
1952.
Por no hablar de Alberto Granado, que acompañó al Che en ese viaje de
juventud, trabaja como asesor de documentalistas y ahora lamenta, mientras
consume vino de rioja y magret de pato en Madrid, que por culpa del embargo
norteamericano contra Cuba le resulta difícil cobrar sus derechos de autor”.
Revival de un viejo mito “La metamorfosis del Che Guevara a marca capitalista
no es nueva, pero la marca está siendo objeto de una operación de revival en los
últimos tiempos, y se trata de un revival especialmente notable porque llega
años después del colapso político e ideológico de todo lo que Guevara
representaba. Este éxito inopinado se debe fundamentalmente a Diarios de
motocicleta, la película producida por Robert Redford y dirigida por Walter
Salles.
Hermosamente rodada en paisajes que han logrado evitar los efectos
corrosivos del capitalismo contaminante, la película muestra al joven en un
viaje de autodescubrimiento, cuando su incipiente conciencia social se topa con
la explotación social y económica -sentando las bases para una reinvención de
nuevo cuño del hombre al que Sartre un día calificó como el más completo de
nuestra era.
Es habitual entre los seguidores de una secta no conocer la
historia real de la vida de su héroe, la verdad histórica. No es sorprendente
que los seguidores contemporáneos de Guevara, sus nuevos admiradores
poscomunistas, también se engañen aferrándose a un mito -excepto los jóvenes
argentinos entre los que cunde la expresión “tengo una remera (camiseta o
franela) del Che y no sé por qué”.
¿Faro de la justicia? Pensemos en algunas de las personas que han exhibido o
invocado la imagen de Guevara como un faro de la justicia y la rebelión contra
el abuso de poder. En Líbano, los manifestantes que protestaban contra Siria
frente a la tumba del primer ministro Rafiq Hariri portaban la imagen del Che.
Thierry Henry, un futbolista francés que juega en el Arsenal, apareció en una
gran fiesta organizada por la FIFA con una camiseta roja y negra del Che.
En
Stavropol, en el sur de Rusia, los manifestantes que denunciaban el pago en
efectivo de ayudas sociales tomaron la plaza central con banderas del Che. En el
campo de refugiados de Dheisheh, en la franja de Gaza, carteles del Che adornan
un muro en el que se rinde tributo a la Intifada.
Leung Kwok-hung, el rebelde
elegido para el Congreso Legislativo de Hong Kong, desafía a Pekín vistiendo una
camiseta del Che. Y el caso más célebre, en la ceremonia de entrega de los
Premios de la Academia de Hollywood de este año, Carlos Santana y Antonio
Banderas interpretaron la canción de Diarios de motocicleta, y Santana apareció
con una camiseta del Che y un crucifijo. Las manifestaciones de la nueva secta
están por todas partes. Una vez más, el mito está animando a personas cuyas
causas, en general, representan exactamente lo contrario de lo que era el Che
Guevara.
La sinceridad de un criminal “No hay hombre que no tenga alguna cualidad que
le redima. En el caso del Che, esas cualidades pueden ayudarnos a medir el
abismo que separa la realidad del mito. Su sinceridad le condujo a dejar
testimonio escrito de sus crueldades, incluyendo cosas verdaderamente horrendas,
aunque no las más horrendas. Su coraje le llevó a que no viviera para asumir la
responsabilidad por el infierno cubano. Un mito puede comunicar tanto acerca de
una época como la verdad.
Y así, gracias a los propios testimonios del Che
acerca de sus pensamientos y acciones, y gracias también a su prematura
desaparición, podemos saber exactamente el grado de engaño que muchos de
nuestros contemporáneos tienen acerca de tantas cosas.
Puede que Guevara
estuviera enamorado de su propia muerte, pero estaba mucho más enamorado de la
muerte de los demás. En abril de 1967, hablando desde la experiencia, resumía su
idea homicida de la justicia en su Mensaje a la tricontinental: “El odio como
factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las
limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta,
selectiva y fría máquina de matar”.
En otras ocasiones, el joven bohemio parecía
incapaz de distinguir entre la ligereza de la muerte como espectáculo y la
tragedia de las víctimas de la revolución. En una carta a su madre de 1954,
escrita en Guatemala, donde fue testigo del derrocamiento del Gobierno
revolucionario de Jacobo Arbenz, escribió: “Fue muy divertido, con todas
aquellas bombas, discursos y otras distracciones que rompían la monotonía en la
que estaba viviendo”.
La disposición de Guevara cuando viajó con Castro de
México a Cuba a bordo del Granma queda reflejada en una frase de una carta a su
mujer redactada el 28 de enero de 1957, poco después de desembarcar, y publicada
en su libro Ernesto: Memorias del Che Guevara en Sierra Maestra: “Aquí, en la
selva cubana, vivo y sediento de sangre”.
En enero de 1957, como indica su
diario de Sierra Maestra, Guevara mató de un disparo a Eutimio Guerra porque
sospechaba que estaba pasando información al enemigo: “Acabé con el problema con
una pistola del calibre 32, en el lado derecho de su cerebro...
Sus pertenencias
ahora son mías”. Luego dispararía a Aristidio, un campesino que expresó su deseo
de abandonar la lucha cuando los rebeldes se trasladaran a otro lugar. Mientras
se preguntaba si esta víctima en concreto “realmente era lo suficientemente
culpable como para merecer la muerte”, no le tembló el pulso a la hora de
ordenar el asesinato de Echevarría, hermano de uno de sus camaradas, por
crímenes no especificados: “Tenía que pagar el precio”. En otras ocasiones
simulaba ejecuciones, aunque no las llevara a cabo, como método de tortura
psicológica”.
Fusilamientos en La Cabaña “Pero la “fría máquina de matar” no demostró todo
el alcance de su rigor hasta que, inmediatamente después de la caída del régimen
de Batista, Castro lo puso al frente de la prisión de La Cabaña. San Carlos de
la Cabaña era una fortaleza de piedra utilizada para defender La Habana de los
piratas ingleses en el siglo XVIII; más tarde se convirtió en un barracón
militar. Guevara presidió, durante la primera mitad de 1959, uno de los momentos
más oscuros de la revolución.
José Vilasuso, abogado y profesor de la
Universidad Interamericana de Bayamón, en Puerto Rico, que perteneció al
organismo a cargo de los procesos judiciales sumarios en La Cabaña, me contó
hace poco que el Che dirigía la Comisión Depuradora: “Se regía por la ley de La
Sierra, tribunal militar, de hecho y no jurídico, y el Che nos recomendaba
guiarnos por la convicción. Esto es, sabemos que: “Todos son unos asesinos,
luego proceder radicalmente es lo revolucionario”.
Mi función era de instructor.
Es decir, legalizar profesionalmente la causa y pasarla al ministerio fiscal. Se
fusilaba de lunes a viernes. Las ejecuciones se llevaban a cabo de madrugada,
poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la apelación.
La noche más siniestra que recuerdo se ejecutó a siete hombres”. Javier Arzuaga,
el capellán vasco que consolaba a los condenados a muerte, habló conmigo
recientemente desde su casa de Puerto Rico. Este ex cura católico que ahora
tiene 75 años y que se define como “más cercano a Leonardo Boff y a la Teología
de la Liberación que al antiguo cardenal Ratzinger”, recuerda que había
alrededor de 800 prisioneros en un espacio donde no cabían más de 300: antiguos
militares y policías de Batista, algunos periodistas, unos pocos hombres de
negocios y comerciantes. El tribunal revolucionario estaba compuesto por
milicianos.
Guevara presidía el tribunal de apelaciones. “Nunca anuló ninguna
condena. Después de que yo me fuera, en mayo, ejecutaron a muchos más, pero yo
personalmente fui testigo de 55 ejecuciones”. ¿Cuántas personas fueron
asesinadas en La Cabaña?
Pedro Corzo da una cifra de unos 200, similar a la
ofrecida por Armando Lago, un catedrático de economía jubilado que ha elaborado
una lista con 179 nombres como parte de un estudio sobre las ejecuciones en Cuba
que le ha llevado ocho años.
En cables secretos enviados por la Embajada
estadounidense en La Habana al Departamento de Estado en Washington se hablaba
de “más de 500” ejecuciones...”.
Rafael Marrón González
13 de fevereiro de 2013
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